Han
pasado casi 4 meses desde mi última entrada en el blog. No me llegaban las
ganas de escribir, creía que se había acabado el deseo de hacerlo o la
inspiración.
Resulta,
que estoy sintiendo sensaciones que antes no conocía. Tal que después de una
media maratón, sentirme vacío, sin motivación, hueco de fuerzas, con el nivel
de entusiasmo bajo cero para seguir con la lucha contra los kilos.
Me
sentí en las siguientes semanas muy flojo de entusiasmo y un poco perdido. Por
lo visto, es algo normal que, después de un reto así de importante, se pueda
sentir esa sensación. Tenía la impresión, como si hubiera llegado el fin de
todas las emociones.
En
estos 4 meses solo he corrido una carrera, pero de montaña. La Cursa Dels
Mussols, en Sant Quirze, 13.2 km y un desnivel de 350 m. Algo de lo que tenía
muchas ganas, correr por montaña. Si ya se me hacía difícil correr en asfalto,
pues ya verás el Trail running.
He
dejado la dieta de momento. Me mantengo temporalmente en 92 kilos, ya que se me
está haciendo muy difícil bajar de ese peso. He decidido, no obsesionarme y
descansar una temporada de dieta, hasta que encuentre otra vez, la forma de
afrontar el perder esos 10 o 12 kilos.
He
descubierto que me puedo pasar algunos días y darme una fiesta en la mesa y
poder coger 2 kilitos. Pero, como hago bastante deporte, los puedo perder con
un pequeño esfuerzo.
Si
quiero bajar de los 90, eso amigo, requiere apretar las tuercas de la dieta,
hacer bondad en los almuerzos y recuperar la motivación para perderlos.
De
momento los kilos los dejaremos para más adelante.
Poco
a poco, fui recobrando el entusiasmo hacia los futuros retos. Aunque, estos se
encuentran un poco lejos. Ya que, superar un objetivo, como una media maratón,
requiere tiempo, dedicación plena en los entrenos y paciencia, mucha paciencia.
Y de eso, no voy sobrado.
Ahora
ya estoy en pleno apogeo. Recuperada la ilusión, nos hemos metido de lleno en
entrenos para montaña, y eso requiere mucho esfuerzo de cardio y piernas. Subir
escaleras, subir cuestas, Fartlek por montaña y recientemente, estoy empezando
a entrenar en las pistas de atletismo de Sabadell. Como un atleta de verdad. Me
estoy preparando para participar en otra carrera de montaña. Tengo entendido,
que va a ser muy dura para mí. Me encanta. Les Animes del Purgatori, en
Aiguafreda. Aproximadamente, 18 kilómetros y con un desnivel de 950 metros.
Nocturna, el 7 de junio. Se me está haciendo la espera larguísima.
No
perdono ningún entreno y en cada uno de ellos, intento superar mis
expectativas, como siempre. Y para más Inri, me hago amigo de un alpinista... Joven
y alpinista, pues eso, está como una cabra. Mi amigo Blai, compañero de
mercadillo y amante de “Montserrat”, la montaña, claro.
Como
todos los que me han visto crecer en el mundo del deporte, también se apuntó a
tener conmigo una experiencia en su terreno, en su caso, la escalada. A mí,
exgordo, exsedentario, que me alejaba todo lo posible de cualquier montañita para
evitar todo tipo de daño o peligro, no se le ocurre otra cosa, que proponerme
subir, este próximo mes de agosto, al Aneto. Este tío no sabe lo que dice...al
Aneto...a mí, ¡ja!, que no me acojona nada... que cada día necesito metas
imposibles. Pues venga chaval, vamos al Aneto ese en agosto, o cuando quieras.
Faltaría más.
Pero
antes, tiene que valorar mi resistencia física y mis agallas para afrontar un
reto como este. Y me invita a subir a Montserrat de una forma diferente, palo
caminata con algún tramito de semi escalada y una mochila de 10 kilos, a la
espalda.
Blai,
Comba, su perra, mezcla entre pastor alemán y pastor belga, preciosa, blanca y
simpática y yo, con mis 92 kilos. Vamos "pa´rriba" Blai.
Salimos de Collbató, de la Vinya Nova, dirección Sant Jeroni, la cima más alta de la montaña y a los pocos minutos, antes de empezar a sudar, 4 cabras salvajes, mirándonos fijamente, como diciendo: «Donde coño irá Blai con este “peazo” de tío que abulta más que la mochila que lleva». (A él, seguro que lo conocen, porque cada lunes sube a la montaña, si no por un camino, por otro). ¡Oiga! nos miraban fijamente sin inmutarse, a pocos metros. Primera experiencia del día y nueva para mí.
Seguimos subiendo por un camino, que
empieza a enseñarnos lo esplendoroso de la montaña de Montserrat. Subida no muy
dura, pero continua. Para quien no esté preparado, se la tiene que tomar con
calma.
A todo esto, Comba, empezaba a coger
confianza conmigo. En un principio ni se arrimaba a mí, algo arisca. Pero, a lo
largo de la mañana, llegó a preocuparse hasta de las veces que me caía, que no
fueron pocas.
Durante la subida, mi guía particular,
(ya que Blai está estudiando para Técnico de media montaña) me fue dando
explicaciones de la vida geológica de aquel terreno. Resumiendo la historia
burdamente y con perdón de los geólogos, es el resultado de la erosión causada,
a lo largo de muchísimos años, a la acumulación de, piedras, guijarros y demás
materiales orgánicos, e inorgánicos, de un delta perteneciente a un gran rio,
que dejaba sus restos en esa zona. Y tras grandes cataclismos y cambios
estructurales, dio forma a esta maravillosa montaña serrada. ¡Ea!, ahí queda
eso.
Es entonces, cuando sabes algo de su
historia, cuando realmente empiezas a valorar esas rocas y te fijas en qué no
son tales, si no, que realmente, son muchas piedras unidas por una especie de
cemento natural, muy sensible a la erosión. ——¿Dónde está el agua cuando llueve
en la montaña esta? — Me decía él. —Pues si te fijas, en la montaña no hay
riachuelos, ni cascadas, ni charcas. Toda el agua se la chupan esas rocas
gigantes, que deben estar macizas de agua.
Qué curioso.
Y después de una hora y media,
aprendiendo de mi mentor de montaña, llegamos a la cima de Sant Jeroni... ¡Espectacular!
Unas vistas, que se podía distinguir, desde el mar, hasta los pirineos.
Desde esa plataforma, me enseña las zonas que vamos a recorrer esa mañana. Me señala en concreto una pared, a lo lejos, con una grieta en uno de sus lados y me dice que por esa grieta vamos a subir...No entiendo nada, yo solo veo una pared lisa, sin una sola zona por la que se pueda ascender. Es más, no entiendo, que cuando estemos arriba, donde estaremos si en un pico o en un canto de la pared ¿??¿?? Me tiene loco, pero sin hacerle mucho caso, le sigo para comernos el primer bocadillo, al pie de las escaleras que acceden al mirador.
Resguardados
del viento que hace, me da mi primera clase práctica de montañismo. Me enseña a
utilizar una brújula sobre un mapa. ¡Ondia tú! Que ilusión, con las ganas que
tenía de utilizar la brújula, bueno… de saber utilizar esa brújula que llevo a
todas las excursiones, en un rincón de la mochila.
Como
no soy muy tonto y el manejo no es muy difícil, lo pillo rápido. No se si el
día que me pierda, sabre aplicar lo que me enseñó, pero, por lo menos, para
vacilar a mis niños y a mi mujer, ya tengo base. ¡Ouh yeah!
Empezamos
a descender, desandando lo andado, hasta un camino que nos llevará, hasta el
Canal del Migdia, dirección el Montgros, por la canal de la salamandra.
Primer
talegazo descontrolado. Pies por delante, bastones al aire, mochila de airbag.
Un ostión. Suelo tener bastantes reflejos, pero solo me dio tiempo a decir,
estando panza arriba: —Tranquilo Blai, me he curtido en el hierro y no me duele
nada—. Comba se llevó un susto importante. La pobre, enseguida se acercó para
oler mis rasguños y muy nerviosa se resguardó entre las piernas de su
compañero.
Sigamos
que no pasa ná.
La
mañana espectacular, ayuda a deslumbrarnos, con todo el esplendor del paisaje que
merece. No hay curva que no admire, ni matojo de yerbas que se me pase, todo me
parece alucinante. Hasta las bajadas empinadas y resbaladizas…
Segundo
talegazo. Fue algo más tarde, zona con algo de piedras. El problema, fue que se
me resbaló el pie izquierdo hacia abajo, siguiendo él solo, como si no existiera
nadie más. El pie derecho, quedó atrás, enganchado por la suela, en una triste
piedrecilla y su compañera hacia delante como pedía el terreno, y estirándose todo
lo que dio la ingle. Postura harto complicada para poder levantarse. —Tranquilo
Blai, recuerda... en el hierro.
Sigamos
que no pasa ¡ná!.
Buena
bajada, hasta encontrar lo que nos llevaría hasta la Canal de la Salamandra. Mi
primer contacto con lo más parecido a la escalada, sin despegar los pies del
suelo. Una canal muy inclinada, entre dos paredes, que la única forma de subirla
era cogiéndose con fuerza a los lados, con las manos y asegurándolas bien, porque
los pies, podían fallar y una de las cosas que te hace perder el equilibrio es,
no estar acostumbrado a llevar una mochila, con tanto peso a las espaldas. Muy
emocionante, lástima que duró poco, pero fue intenso. Yo, trepando por esas
montañas, quien me lo iba a decir. Una vez arriba de esa canal, entendí lo de
esa grieta, (que me explicó desde Sant Jeroni) por la que teníamos que subir. Para
mí, inimaginable. Muy bonito Blai, de verdad.
Y
seguimos caminando hasta llegar a un macizo enorme llamado el Montgros. Vistas
de película.
Hasta
ese momento, ni mis gemelos, ni los cuádriceps, ni mi corazón sufrían. Llevábamos
un ritmo suave, ya que las cuestas, no estaban para ponernos a prueba.
Continuamos
la preciosa experiencia de trepar por esas rocas. Nos encontramos con lo que
parece ser que le llaman, “Vía ferrata”. Una subida bastante empinada, que para
los que no están muy duchos, hay unas cuerdas en las que te puedes coger para
trepar. Hasta la fecha, no tenía ni remota idea de que existieran esas cosas
por la montaña. Muy emocionante. Me agarré a la cuerda para probar como se
subía en esas condiciones. Pero, por un momento pensé, en que, si la cuerda
estaba bien atada, o medio cortada en algún punto, o algo raro. Así que la
solté y subí agarrándome a todo lo que sobresalía del suelo y de las paredes.
92 kilos y tirando de ellos jeje. Cuando llegamos arriba, pude comprobar que la
cuerda estaba muy, pero que muy bien atada. Pardillo que es uno.
Seguimos
la aventura.
Tercer
talegazo. Terreno muy inclinado, de tierra suelta, con piedras sueltas, ramas
sueltas donde no podías agarrarte y mis pies, inexpertos aun, más sueltos
todavía. Una zona, en la que teníamos que andar con los bastones por delante
paralelos y dando pasos cortos. Pues allá que voy. Noto como mis pies se
levantan del suelo en unos nanosegundos. Estando en el aire, busco a mi
alrededor algo donde poder cogerme para no caer encima de mi guía. Miro a la
izquierda, la pared de roca no me da mucha seguridad, miro a mi derecha, veo un
árbol, calculo, que si lo abrazo con fuerza detendré mi bajada. Pero está demasiado
lejos. Empiezo a pensar que hacer con los bastones, pues los tengo enganchados
por las correas a mis muñecas y me molestarán para ejecutar cualquier maniobra
de salvamento. Pienso en que la mochila, podrá detener el fuerte golpe en mis riñones
que me voy a dar en los siguientes nanosegundos. Pienso, en si después de la
caída, podré comerme un croissant de nata. Y antes de darme cuenta de nada,
estoy patas arriba, con el brazo enganchado a una oportuna y milagrosa raíz, a
la altura de mi bíceps, que me impide descender más, y con mi cuerpo estoy
chafando el palo de aluminio de 24 € de mi mujer. Una vez en el suelo, mirando
entre las ramas de los árboles los rayos de luz, de aquella maravillosa mañana,
solo pensaba en el palito de caminar, si habría sobrevivido al peso de mi cuerpo.
Pero no fue así, cascó por la parte más débil, la que estaba debajo de mi culo.
Y ni enterarme de lo que pasó. En un segundo, completo, resbalé, caí, se me
enganchó el brazo, rompí el palo y nada más. La perrilla ya me estaba cogiendo
miedo. Resultado, sollones por todas partes. ¡Hala!, a seguir la caminata con
un solo bastón. ¿Curtido en el hierro...? Los cojones.
Vaaaaamos
a seguir.
Retornamos
al camino para ir en busca del momento más complicado de la mañana. Una bajada
de piedra, en forma de lengua, que teníamos que atravesarla de lado a lado. Con
una inclinación de más de 60º, con un ancho de unos 6 metros por 50 de largo hacia
abajo, en la cual los pies tenías que mirar donde colocarlos en cada paso sin
margen de error, ya que la caída en medio de la rampa, podría ser la última del
día y algo más. —Nen, ¿Estás seguro de que, por aquí, se puede pasar? No me han
dado miedo las alturas, de hecho en mi antiguo oficio y en mi juventud hice
alguna que otra locura. Pero aquello no me lo esperaba. —Si hombre, si se pasa,
poco a poco. Pues nada tiremos. Así que a cada paso que daba, Blai por debajo mío
indicándome donde poner los pies y vigilando por si resbalaba, para empujarme
hacia atrás y caer de espaldas al suelo, que más que suelo era pared por lo
cerca que estaba de mí. Pasito a pasito y zigzagueando fuimos atravesando y
bajando un poco. El palo roto me molestaba más que la mochila, la mochila más
que las gafas de sol, las gafas más que la gorra, si lo hubiera podido dejar
todo allí hubiera bajado mejor.
Y
llegamos abajo.
—¿Ya
está Blai? ¿Hay algún trozo más como este?
—Si,
alguno hay.
¡Cagon
la leche! Hasta cuatro obstáculos como ese, más cortos, pero igual de chungos
nos encontramos.
¡ADRENALINA!
Me voy a tatuar en el pecho.
Incluso,
llegó a gustarme. Pero, como experiencia en alta montaña, tuve bastante con
esa.
A
partir de ese momento, todo fue bajar y bajar, en alguna ocasión muy inclinado,
pero por lo general, bastante buen camino.
Llegamos
a la pista que nos llevaría de vuelta al coche. Y antes de irnos, parada
cervecera en el restaurante que había en el parquin donde teníamos los coches.
Cervecitas, frutos secos y comentar la experiencia.
Total
14 km y un desnivel de 1250 metros. Experiencia bonita, apasionante,
interesante culturalmente y dirigida por un futuro Técnico de montaña, mi amigo
Blai.
Me
preguntaste al acabar que tal como guía excursionista. Pues te diré mi opinión:
"No cambies nunca, lo que te hace grande en la montaña, no es lo que has
aprendido en los cursos, eso lo haces de maravilla, si no, lo que llevas dentro
de ti, tu pasión".
Gracias
por la experiencia. Repetiremos en la Pica d´Estats y llegaremos al Aneto.
Palabra.
Comba
y yo.
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