No
pensé que estuviera enganchado a correr, ya que, cada zancada que doy, con el
peso que tengo, 92 kilos, es un esfuerzo sobrehumano, bueno, quizás no tanto. Pero
es que, cada entreno que hago, después de una jornada laboral de 11 o 12 horas,
es un trabajo duro de auto convencimiento para poder hacerlo. Eso me lleva, a
que cada km que me meriendo es un cúmulo de alegrías y es un regalo todos y
cada uno de ellos a los que llego.
Creía
que salía a correr por mi salud, por las metas tan apasionadas que me propongo,
por obedecer a mi entrenador y no volver a mi vida sedentaria, por el qué me
dirán en las redes mis amigos y familia después de cada meta alcanzada. Eso de
engancharse al runnig es para los delgados que llevan años corriendo, para
estos viciosos del deporte, para esos chalaos que no tienen otra cosa que hacer,
pero, después de no haber podido disfrutar del logro de completar mi segunda
media maratón, después de casi una semana sin correr, después de tirarme esta
semana sin salir ni a andar, me he dado cuenta de que yo también estoy
enganchado.
Y
mucho.
Una
lesión me impidió llorar de emoción al llegar a la meta de la media maratón de
Granollers. Me tiene encerrado en casa sin poder sudar mis camisetas. Me está
retrasando sin saber cuánto, la preparación para mi primera maratón. Esta
asquerosa lesión, me ha hecho indagar en el misterioso mundo de nuestros
músculos, para saber que me duele, porque me duele, donde está y para qué sirve
ese quejica, patoso y miserable músculo “Psoas ilíaco”.
Ya
me lo avisó mi entrenador Fernando: —“Si quieres entrenarte para la maratón,
será duro y posiblemente te lesiones”— Vale, pues ya capearemos juntos esos
problemas.
Pero
ha llegado ese momento del que yo pensaba que estaba exento, las sobrecargas de
los entrenos hechos con el corazón y no con la cabeza.
Que
le voy a hacer si le pongo más pasión que conocimiento.
El
cuerpo, se ve que te habla. Si, si, te avisa, te da alarmas para decirte, “Ojo,
que te estás pasando, afloja mateo que te veo”. Pero como yo jamás le escucho, pues
hete aquí, que me pasado.
No
se puede hacer una carrera de 21 km, cuando en el calentamiento previo, ya te
duele la cadera y menos, sí te ha dolido dos veces en una semana, ya que el
lunes anterior, en mi tirada larga, me toco correr 21 km. No se puede correr,
cuando en los primeros 15 km hay dolor. Y no se puede correr, cuando las
sensaciones son malas desde el primer metro.
¡No
volveré a correr una carrera con dolor!… Espero.
Hoy,
he salido a probar si al trotar me dolía, aunque ya lo sabía. Aun y así me
preparo los bártulos, estiro un poco y comienzo a correr.
En
la primera zancada, dolor, en la segunda, angustia, en la tercera rabia y en la
cuarta zancada, me he dado cuenta de que estaba enganchado al runnig, porque
casi lloro de pena. Me ha pasado por mi mente que mi próximo “Mayor triunfo”
podría escapárseme de las manos por culpa de la cadera. El perder 2 o 3 semanas
de entreno podría impedir hacer la Zúrich Maratón Barcelona, 42,195 km,
corriendo sin parar, o por lo menos intentarlo.
La
semana pasada, completé mi 2ª media maratón, como digo. La tenía como entreno
de cara a la maratón. La primera vez que hice esta carrera, la conseguí
acompañado de Fernando. Este año, por circunstancias he ido solo…pero solo, la
he corrido solo y en meta no me esperaba ni el que da el agua. La verdad es que
hacer una carrera así, no me gustó, independientemente del dolor por la lesión,
el hecho de no poder abrazarte a alguien es muy frio. Tanto, que no sentía
ilusión por explicarlo aquí en el blog. Así que, me voy a limitar, a contar lo
que realmente debería de olvidar.
En
el km 5 paré a poner la cadera en su sitio. En el 8 también. Y en el 9 me paré,
para decidir si seguía, o cogía un taxi.
Me
esforcé en no volver a parar y seguí, hasta el km 21,195, pasé por meta, eso sí,
buscando la cámara para poder levantar los brazos y quedara constancia, y me fui
al coche con amargura y dolor. No volveré a correrla.
Bueno…Ya
veremos.
Y
una cosa que no puedo perder, es la motivación, de eso voy “sobrao”. Mira por
donde, el fastidiarme la pata, me ha hecho recapacitar en la alimentación y
claro, si no entreno y como las mismas cantidades que cuando lo hago, puede ser
fatídico para mi apaleada bascula. Tomo una drástica decisión, penosa pero
contundente… estos días, tengo que reducir la ingesta de calorías. Con lo que
me recorto en tomar azúcar, almorzar con agua, o sea sin cervecita ni “na de na”,
recortes en la merienda y en el desayuno. Y mira por donde Don Camilo, que en
una semana pierdo 1 kilo. Un año me ha costado romper la barrera de los 92
kilos. La madre que me parió, que hambrón me hizo.
Creo
que, si consiguiera reestructurar mi dieta, podría compensar la falta de
entrenos de estas semanas, a cambio de unos pocos kilos menos.
¡Sería
el acabose! Conseguir aumentar mi historial de kilos perdidos. Bueno, no me
quiero emocionar.
Ya
lo iré contando.