Otro reto conseguido. "LES ANIMES DEL PURGATORI". Me he enamorado
del correr por montaña, no tengo remedio. Me pongo metas muy altas y se ve que
eso me pone las pilas. Dieciocho kilómetros, con un desnivel de 950 metros
positivos y 1900 metros de desnivel acumulado. Suena muy técnico, pero viene a
decir, que lo que se sube, se baja.
Hasta la fecha de hoy, lo más duro que me he planteado.
Esta sí que ha sido una buena prueba de
esfuerzo, en la que, han peleado para conseguir acabarla, mi disciplina, mi
ambición y mi motivación. De no haber sido por ese conjunto de cosas, en el kilómetro
12, me hubiera dado la vuelta para que me vinieran a recoger. Pero eso hubiera
sido más difícil que acabarla.
Vamos a empezar por el principio.
A esta carrera, me acompañaron a disfrutar
de ella, mis cuñad@s, Felisa y Diego, junto con mi Cherleader particular,
Encarni, como siempre. Llegamos tempranito a Aiguafreda, para disfrutar del
ambiente, pero como ellos no están acostumbrados a este tipo de jolgorios y a mí,
aun me falta coger confianza, pues nos quedamos como embobados, a unos metros
del mogollón de corredores. Poco a poco y con disimulo, nos fuimos acercando
hasta estar metidos todos en el meollo y perdimos la vergüenza.
Con mi dorsal colocado, mi frontal en la
frente, que me prestó mi entrenador Fernando, (menos mal míster) y como siempre,
mi saco de nervios, esta vez mezclados con miedo a la carrera, ya que
previamente, unas semanas antes, hice el recorrido andando con mi amigo Blai,
para saber a qué me enfrentaba. Y lo más complicado, eran los barrancos y
bajadas tan empinadas, que regalaba el trayecto. La subida al Tagamanent no me
asustaba, ya que ese día, la subí en unos 30 escasos minutos y encima a “toa
lexe”. Sin amigos, como decía Blai, la subí a todo lo que daban mis piernas y
mi patata. Y no me asustó. pero el día de la carrera era otra historia, compañero.
Llegaron los últimos minutos antes de la
salida. El Speaker, animaba a los pecadores que subiríamos al Purgatori, con música
tenebrosa que adornaba el ambiente, a la vez que intensa de la película
"300", los corredores nerviosos y acompañando las paranoias que
chillaba el Speaker: —«Saltad pecadores. ¿Estáis preparados para purgar
vuestros pecados?», «Siiiiii»— Gritaba el populacho. ¡Saltábamos como posesos!
Madre mía que emoción, estaba como un crio en su primer día de colegio,
emocionado, asustado, pero solo con intención de ir el primer día. Cuando acabe
la música, a casita.
Y el cañonazo de salida.
Me despido de mis acompañantes y a
disfrutar de mi último "Mayor Triunfo", a ver si lo consigo. ¿Mi
meta? Acabarla, sin caerme, sin despeñarme por aquellos acantilados, sin
perderme y poder disfrutar de la bajada descomunal de los últimos 7 kilómetros.
Salimos como si en ello nos fuera la vida.
¡Leche! Como corríamos y mira que ya iba avisado por el míster, que los
primeros kilómetros, a ritmo suave, pero es que no tengo remedio. El miedo a
quedarme el último y navegar solo por aquellos andurriales, me daba caguetas.
Dos kilometrillos y enseguida entramos en la pista de tierra, con una cuesta
que va a ser progresiva hasta el km 11, salvo algunos pequeños tramos de bajada
muy empinada y de terreno hasta en ocasiones, resbaladizo y técnico, por lo
menos para mí corta, no, cortísima experiencia.
Tramos andando, tramos corriendo y sin
darme cuenta cartelito del km 4. ¡Sorpresa! ¿Ya estamos en el 4? Miro el
Garmin, 30 minutos, ooooh que bien me siento. "Sigue a este ritmo que vas
a triunfar canalla". Y nos adentramos en el misterioso camino hacia el
Purgatori.
Ya habíamos encendido los frontales. El mío
daba una luz increíblemente blanca y potente, regulable tanto en intensidad,
como en anchura de foco. Como molaba. Nunca hubiera imaginado que, hubiese
podido bajar corriendo esas cuestas, esquivando esas rocas, que salían con muy
mala leche puntiagudamente del suelo, con la facilidad y destreza con lo que lo
estaba haciendo. Quiero resaltar que, "otabia" estamos en 92 kilazos.
Km 6, avituallamiento. Relleno mi botellín
de hidratación, cojo unas gominolas que fui chupando y un par de trozos de
plátano y a correr que empieza lo duró. De repente se crea un embudo que duró,
como 10 minutos, debido a un salto que teníamos que bajar poco a poco. En esa
zona empieza a preocuparme si tenía claro que pecados tenía preparados para purgar.
Zona tenebrosa como la música de la salida, de vez en cuando oíamos
chillidos... ¡Oú que miedo! Y nos preparamos para subir la gran cuesta que nos
llevará a la esplanada de camino al “Taga”. Dura, no, lo siguiente. Muchos de
los corredores se quedaban atrás, otros paraban a descansar extenuados, y yo “parriba”.
«Por favor, paso por la izquierda», en
alguna ocasión tuve que pedirlo, ya que me sentía fuerte y como ya la conocía,
pues sin miedo el tío “palante". Ya te enterarás listillo, pensaría alguno
de los Runners que adelantaba. Oigo que uno le dice a otro: «Cuando lleguemos
arriba no corras, sigue andando un buen rato para que el músculo se estabilice».
Tomé buena nota.
Metros y metros subiendo. Tenía calculado
que el final de la cuesta, me lo marcaría el Garmin cuando estuviera en los 990
metros de altitud, por lo que continuamente miraba el reloj y así, controlar el
esfuerzo. Pero, no veía bien si el número de la pantalla era un 600, o un 900.
La edad no perdona la vista. Lo único que distinguía bien eran los ceros, si es
que lo eran. Así que, estaba igual de perdido, mirase o no el peluco. Seguí
subiendo, andando a buen ritmo y apoyándome con las manos en las rodillas y en
cuanto podía agarrándome a cualquier árbol o saliente. La frecuencia cardíaca
entre 150 y 163, los gemelos a tope, los cuádriceps saliéndose de mis piernas,
con lo que en un momento de lucidez decido parar, por si las moscas, ya que
pensaba que llevaba un buen tiempo y me podía permitir descansar un par de
minutos. Así que lo hice. Me adelantan 3 corredores y pienso que son
suficientes, ya que seguramente los volveré a pillar. Vamos
"parriba".
No se acababa nunca, Aquella cuesta era
interminable, era la reostia, curvas y más curvas. Cuanto más subíamos daba la
impresión de que era más empinada, ya no sabía cuanto quedaba ni por
aproximación porque cada curva me recordaba a la última y no era así. Llegué a
dudar si el día que fui con Blai, no cogimos un atajo. Pero no, no hay atajos
que valgan, se estaba haciendo insoportable ya que el ritmo que llevaba era potente.
Y de repente, en un pequeño y corto replano, me da por trotar un poco más
rápido, ya que el terreno lo permitía y entonces ocurrió... Mi gemelo derecho
me dio un pinchazo intenso, corto y electrizante, osease lo que es un pinchazo.
Me asusto, paro, recupero el aliento y automáticamente y sin pensármelo me tomo
un gel, ya sabía lo que eran las rampas desde la Mitja de Granollers y no
quería volver a padecerlas. Reduzco marcha, asimilo el gel y recobro el camino.
¡Maldita sea! otra vez te has pasado macho. No aprenderé nunca. Comienzo a dar
pasitos con cautela y así con miedo y mucho cuidadito llego por fin arriba. Me acuerdo
de los compadres que más atrás se daban consejos entre ellos y tomando uno de
ellos prestado, decido correr muy suave y andar por tramos, hasta el siguiente
avituallamiento. Pero aun y así iban llegando las primeras malditas rampas.
Por fin, llego al avituallamiento. Comida
a punta pala y de todo tipo, menudo buffet libre. Cómo de todo, con riesgo de
que no me sentara bien, ya que no hay que probar en carrera nada que no hayas
probado en entrenos. Pero me daba igual, aquellas rampas, estaba seguro de que
eran debidas a la falta de hidratación y alimentos. Lleno el buche, y mientras
engullo con ansia, me asomo a las vistas del pueblo que se ve precioso. Intento
relajar piernas y después de preguntar por dónde se sigue, agradezco a los
voluntarios su ayuda y sigo mi marcha.
Las rampas están deseando salir. Me van
avisando que, en un movimiento chulesco, van a dejarme clavado en cualquier esquina
oscura del recorrido. ¡Maldita sea! Ahora que viene lo bueno, que es una bajada
espectacular y técnica, no puedo correr.
Llego andando despacito al Castillo de
Tagamanent. Ni me planteo correr, ya que no puedo, las piernas están tensas y
noto todas las alarmas de que me van a volver a dar las rampas. Después de
bordear el castillo y asomarme a la plana de Vic, con unas vistas nocturnas espectaculares,
me encuentro con la bajada eterna que me llevará hasta meta.
Delante de mí, una chica y dos chicos. Prácticamente
bajamos los dos primeros kilómetros juntos. Las piernas me respondían bien, los
músculos no me hablaban. Contento porque creo que el avituallamiento me ha
sentado de maravilla, empiezo a coger confianza y me voy soltando cada vez más.
Que emoción, vuelvo a estar en perfectas condiciones y empiezo a correr como un
crio sorteando piedras y surcos del camino. No muy rápido, pero si corriendo. (Que
iluso).
Km 12, o 13, no sé muy bien, la primera
rampa de órdago. Chillo como un niñato consentido, como si nunca hubiera
sentido dolor y fuera una experiencia nueva. Los corredores de delante se
paran, retroceden en mi busca y me preguntan. Les digo lo que hay, siguen
corriendo y yo me paro con el gemelo por bandera. Maldita sea mi estampa.
Relajo, me masajeo la pierna, no sé si estirar, si encogerla, si darle porrazos…
Pero me paro y en un momento se pasa.
Bueno, abreviando, 7 rampas como 7 soles
que me dieron en la bajada. Por un momento pensé en llamar al Míster y
preguntarle qué hacer. A buen seguro estaría durmiendo. Madre mía que dolor. En
cada una de ellas me adelantaban 2 o 3 corredores y todos preguntando por mi salud,
«Bien, bien, tranquilos, pardillo que es uno». Así que tuve que aprender a
correr con ellas. Cada vez que me pasaba de velocidad, "zasca", en
toda la pata.
La bajada es vertiginosa muy guapa y en
tramos muy técnica, con grandes saltos, que si tienes rampas mejor bajarlas
arrastrando el culete. Pero ahí estaba el tío, corriendo y sufriendo, y
preguntándome si realmente me gustaba pasar por eso. La verdad es que no soy
masoca y sufrir no me gusta, pero si para vivir esta experiencia tuve que
padecer todo aquello, pues bienvenido sea, ya aprenderé a no sufrir agarrotamientos.
Tengo que decir, que en ningún momento me
confundí en el recorrido, ya que las señales están colocadas estratégicamente,
para que puedas verlas antes de que te dé la sensación de que te has perdido.
Muy bien por la organización y sobre todo por los voluntarios, que, en todo el
recorrido, te vas encontrando en lugares peligrosos o confusos.
Y por fin, llegamos a la pista ancha que
nos llevará a Aiguafreda.
Deseando pasar por el arco de meta para
sentir las sensaciones de siempre, deseando ver a mis acompañantes, deseando
que no se despisten cuando llegue, porque después de tanto rato esperándome, me
imaginaba la desesperación que tendrían. Sobre el km 11 les llamé para decirles
que me quedaba poco, pero eso fue antes del padecimiento, con lo que el retraso
fue descomunal.
Y llegamos al pueblo. Y solo me quedan 500
metros y las rampas han dejado paso a los nervios, llevo corriendo sin ellas,
bastante rato. A lo lejos, veo dos chicas saltando y chillando. Pero hasta que
no estoy encima, no me doy cuenta de que son ellas, Encarni y Felisa. Que
ilusión más grande, no me las esperaba hasta después de pasado el arco. Llego a
su altura y mis lágrimas no se pueden esperar más, mi emoción es enorme, mi
mujer, loca de alegría, mi cuñada viviendo una experiencia que no conocía, ver
llegar a su "cuñao", al gordo, el que pesaba más de 130 kilos, al que
no le llevaban de excursión ni engañado, el que no perdonaba una buena comilona
ni de broma, a ese, verlo llegar a meta después de 3 largas horas corriendo,
esa experiencia, le parecía irreal. Diossss que emocionante, quiero vivir una y
mil veces esa sensación. Llegar a meta después de un esfuerzo enorme y que te
estén esperando con el corazón en la mano.
Me custodian corriendo hasta el final. Y
para mayor emoción, bajo el arco de meta, allí estaba Diego, con cámara en mano,
grabándome un vídeo, sin perder detalle, grabando uno de mis mayores triunfos,
correr una carrera de montaña como una casa, 18 km, más 1900 metros de
sufrimiento y nocturna, y en solo, 2h 59'36''. (Podía haber no llegado).
Se acabó, lástima, pero se acabó. Han sido
3 meses de entrenos muy duros, subiendo los lunes 1100 escalones a “toa lexe”,
subiendo cuestas como una cabra, haciendo series como los profesionales en las
pistas de atletismo. Tres meses en los que he pasado de todo, motivación,
desmotivación, he cogido kilos, los he vuelto a soltar. Pero aquí estoy otra
vez con una alegría que sobrepasa al sufrimiento.
Otra meta conseguida otro "MAYOR
TRIUNFO".
¡Y todavía estoy aprendiendo a correr!