¡137
KILOS!
Eso
es lo que he llegado a pesar, después de 47 años sin privarme de nada. Tabaco,
alcohol, comidas copiosas, cenas exuberantes. Y una vida sedentaria que sería
la envidia de cualquiera que le guste el sofá y el buen yantar, o mejor dicho,
el mucho deglutir. Porque a ese peso no se llega comiendo bien, si no comiendo
mucho y mal.
Se
acabó. No más. Ya no quiero más sobrepeso en mis piernas, el no llegar a todos
los rincones de mi cuerpo, buscando un lugar en alto por toda la casa, para
poder ponerme los calcetines en aquellos pies que están tan lejos, que no
parecen los míos. Se acabó, el quitarme los zapatos sin desabrochar, para
ahorrarme el temible momento de atar, los lejanos cordones. Se acabó el levantarme
cada mañana con dolor de tobillos, rodillas, cintura, manos dormidas, boca
reseca de tanto roncar. No saborear las comidas, beber por beber, cerveza,
colas, zumos de todas las clases sin conocimiento. En la nevera, nunca había
bebida de ningún tipo, porque ahí estaba yo que me lo bebía todo. Pan, hasta en
la sopa. Se acabó.
¿Cuántos
intentos de régimen habré hecho en todo este tiempo? Pues tantos como fracasos.
La dieta del bocadillo, la del jarabe de arce, la del melón. Me he comprado
libros, he pedido consejo a dietistas, régimen de la farmacia, seguimiento por
la enfermera del CAP… yo que sé, infinidad de intentos. Me he ilustrado
cogiendo un libro de la biblioteca, referente al metabolismo humano y de cómo
trabaja el cuerpo con los alimentos. He salido a andar. Años atrás empecé a
correr, lo dejé después de unos meses, claro fumando, bebiendo y comiendo en
exceso el deporte no es un placer si no un esfuerzo. Lo probé todo. Pero
siempre que comenzaba alguna intentona de adelgazar, en mí adentro sabía que
tarde o temprano lo dejaría. Estaba más que seguro que era el camino directo al
fracaso. He llegado a perder 14 kilos en alguno de los intentos, pero como digo
tarde o temprano salía el glotón, el hambrón, el vicioso de mi otro yo y zasca,
a tomar vientos frescos, pero como siempre con pan.
A
cada régimen el efecto rebote, más kilos. Después de unas vacaciones, más kilos.
Después de cualquier cambio en mi vida laboral, más kilos.
Hace
25 años me casé, pesaba 80 kilos y mido 1.75. Durante varios años, me mantuve
entre 90 y 95 kilos. Tenía un trabajo duro, me movía bastante más y era joven.
Pero hace unos 12 años, dejé de fumar. En este tiempo habré cogido unos 40
kilos. Un fenómeno.
No
voy a entrar en los detalles de cómo dejé de fumar, quizás en otra ocasión.
Pero si puedo decir, que he utilizado el mismo método para dejar el tabaco, que
para dejar el sedentarismo grotesco al que sometía a mi cuerpo. Y desde luego,
no ha sido la fuerza de voluntad, eso no vale para nada.
LA
FUERZA DE LA VOLUNTAD.
Para
dejar de fumar, o de comer en exceso, la fuerza de voluntad no vale. La utilicé
en dejar el tabaco, y lo único que haces, es sufrir continuamente un esfuerzo
sobre humano, para no hacer algo que el cuerpo te está pidiendo a cada momento.
Eso es muy duro, tienes que luchar contra tus instintos, enfrentarte a un enemigo
que tienes tras de la oreja diciéndote: "Fuma, come, bebe". Año y
medio sin fumar, pero cada día después de cada cosa que hacía, comer, beber,
montarme en el coche, ir al lavabo, a cada momento me acordaba del tabaco. Y
con esa experiencia sabía que no podría adelgazar de esa manera. Me tenía que
llegar el momento, la inspiración, o lo que tuviera que pasar para poder
hacerlo sin sufrimiento. Por eso, en cada intento de adelgazamiento, desde el
principio, sabía que iba acabar en un fracaso.
¿Dónde
está la forma correcta? En tu cabeza. Que te llegue el momento adecuado solo
depende de que tengas unas ganas tremendas de hacerlo. No ir probando dietas
milagrosas, si no concienciarte de que tarde o temprano tendrás que hacerlo.
Pensar que sí, que lo estás haciendo mal, que comes en exceso, que cuando
tienes sed podrías beber agua en vez de cerveza o refrescos cargados de
calorías. Come, bebe, tírate al sofá, pero mírate cada día al espejo pensando
que cualquier día podrás enfrentarte a la gula y decirle, ¡YA! Se acabó, hasta
aquí hemos llegado, hoy es el día.
Yo
he tardado bastante tiempo, pero lo he conseguido.
MI
MOMENTO.
Llegó.
El detonante fue ver a mi hijo llegar a meta en una carrera popular. Él, no me
vio a mí, no contaba con que hubiera nadie esperándole, ni amigos, ni
familiares, ni nadie. Pero ahí que llegó él, viendo en el crono que había
superado la marca que tenía como objetivo. Con los brazos en alto, súper
contento y orgulloso. Había estado entrenando días atrás en casa haciendo
ejercicios, saliendo a correr cada vez que podía, queriendo hacer un tiempo de
30 o 29 minutos, y consiguió una marca de 24 minutos. Para él, todo un récord.
Me
sentí muy contento de verle con los brazos en alto. Me hubiera gustado estar en
su lugar y sentir lo mismo que él. Lo sentí profundamente.
Pero
fueron un par de minutos, mientras buscaba a mi mujer para ir en busca de Jordi
a meta y hacerle unas fotos. Pronto se pasó.
Nos
acercamos a la meta y ahí estaba él, contento, exhausto, más de emoción que de
cansancio diría yo.
Bueno,
fotitos abrazos y punto.
¡A
otra cosa mariposa!
Pero
mira por donde, me encuentro a un cliente nuestro en la cola de la salida de
los que iban llegando a meta, donde les daban bebida y los clásicos recuerdos
de la cursa. Estaba repartiendo algo así como folletos, o no sé qué. Le saludo
y le dejo con su tarea.
A
mí, me quedaron dos cosas en el recuerdo, a Jordi con los brazos en alto, no se
me iba de la cabeza y la curiosidad de qué, estaba repartiendo Fernando en
meta. Tengo que decir que Fernando es ultra fondista, maratoniano, un enamorado
de la montaña y un profesional como la cima del Everest del cansado deporte de
correr. Anteriormente ya me había contado muchas de las carreras que hacía,
como la Trail Walker, Cavalls del Vent, una de Calella, en fin, me hacía gracia
conocer a alguien tan deportista y que con su sencillez y modestia no lo
parecía.
Así
que, en cuanto vino a la tienda, le pregunté que hacia allí. Entre su hijo y él
han montado una historia para ayudar a principiantes del Running, o corredores
habituales, que quieran perfeccionar, o conseguir, un entrenamiento para algún
tipo de carrera, 5, 7, 10 km o maratones. El hijo, preparador físico titulado,
y él, aporta su larga experiencia en carreras de largas distancias, así que,
ayudan a quien confíen en ellos.
Bueno,
bueno, bueno. ¿Qué te parece Baldomero? Creo que, en ese mismo momento, me
enganché a la idea del cambio. Pero, por otro lado, me daba miedo pedirle
ayuda. No sabía que perfil de discípulos buscaban, ¿gordo como yo, sedentario,
vicioso de todos los placeres baratos de esta vida? Creía que no podría encajar
en lo que ellos buscaban. Fue una semana larga, pero en el fondo al contrario
de las otras veces, sabía que si me ayudaban no me echaría atrás. ¿Había
llegado mi momento...?
Así
fue.
Al
siguiente viernes se lo propuse y aceptó el reto. Él se comprometía a
plantearme unos entrenos preparándome para una carrera de 5 km, en los próximos
9 meses, como muy tarde en septiembre, y yo a seguirlos. Efectivamente, SÍ,
había llegado "MI MOMENTO", lo presentí en el mismo instante en que
aceptó. Lo sentía muy adentro, algo, se había despertado dentro de mí, que me
hablaba y me hacía coger confianza en ese proyecto.
¿Una
carrera…corriendo…yo…que peso 137 kilos…en solo 9 meses? Aunque parezca
mentira, lo tenía clarísimo. Si, lo conseguiré, por encima de todo.
Y
empezamos a dar los primeros pasitos.
Cuatro
consejos para la primera semana, sin mucho esfuerzo, para no quemar esa
ilusión. Andar un poco, más bien pasear y algún cambio de hábitos en la
alimentación.
Los
4 o 6 cortados, que tomaba a primera hora, los cambié por un tazón de cereales
de desayuno con muesli, más copos de avena, más un kiwi troceado y todo bañado
en 250 cc de leche desnatada. Como postre, un té con miel. Todo eso, a la media
hora de levantarme de la cama. Justo al levantarme, me tomaba 2 vasos de agua y
entre ellos, una cucharada de copos de avena. Esa barriga que estaba
acostumbrada a llenarse al máximo, teníamos que ir dándole cosas un poco más
sanas, pero dejando que se siguiera llenando, de momento.
El
bocadillo de la mañana, me lo fui haciendo cada vez más pequeño. Desde luego de
jamón cocido o similar, se acabó embutidos curados o quesos de los grasos. La
cerveza la cambié por un poquito de vino, que poco a poco, no apetecía con ese
tipo de bocata. ¿Quién bebe vino con pavo trufado, o jamón dulce…? Pues eso.
Hasta que sin darme cuenta ya no lo tengo en mis costumbres alimentarias. El
bocadillo ha desaparecido.
También
me mandó salir a pasear un día de la semana, 1 hora. Una hora interminable,
como hacia tanto tiempo que no hacía nada, y últimamente había cogido muchos
kilos en poco tiempo, pues fue un horror. Aún recuerdo el dolor de riñones que
se me cogió, me tuve que parar y sentar en los bancos del camino varias veces.
Se me durmieron los dedos de los pies. Tengo desde hace años un entumecimiento
en la parte trasera del muslo izquierdo, que se agravó de tal manera, que
pensaba que no me circulaba la sangre. Un drama, pero con el compromiso
adquirido con él, solo pensaba en poder mandarle un email y explicarle que ya
había salido a andar.
Bien,
pues así llegamos a un acuerdo, él me manda cosas y yo "obedezco sin
contemplaciones". Así me lo
propuse. Me aconsejó hacer unos cambios progresivos en mi alimentación sin
llegar a ser dieta y sin obligarme a nada. Si me tenía que tomar una cerveza,
pues que me la tomara, si tenía que hacer algún extra en comidas por algún
compromiso, que lo hiciera. La cuestión era no obligarme a hacer algo a la
fuerza.
Muy
poco a poco fui quitándome algunas costumbres, como picar entre horas, comer
mientras ayudo a preparar la comida, si me apetecía algo me comía unos palitos
de cangrejo o una zanahoria grande. El exceso de pan, ahora me como un cuarto
de pan, en 4 comidas (integral). Un poco de vino y solo al medio día, nunca por
la noche. La leche, desnatada. Cinco o seis piezas de fruta durante el día. Por la noche, prefería de postre yogur
desnatado y con una buena cucharada de avena, para que tuviera más cuerpo. Verdura
todos los días y toda la carne y pescado, a la plancha. Y sobre todo, que
comiera 5 veces al día, que no llegara a la siguiente comida con hambre.
Todos
esos consejos relacionados con la alimentación era posible hacerlos. Como él me
decía: “Lo que el sentido común te diga”.
El
tema estaba en marcha, me preparan entre Fernando y su hijo Pol, una rutina de
ejercicios para hacer en casa y una tabla de entrenamientos para empezar a
salir a caminar. Todo ello controlado vía email y por Twitter. Por el correo
les explico mis sensaciones y por Twitter, los ánimos. Controlan mis avances, a
través de las aplicaciones del móvil que quedan registradas al instante en
internet. Solo es cuestión de constancia, determinación, motivación y
responsabilidad. Consejos que me dieron en los primeros emails.
Por
mi parte la motivación es extrema, porque desde Run&Fit, mi equipo de
entrenadores, no dejan de ayudarme, aconsejarme, estar pendiente de mis
acciones buenas y malas. Todo eso ayuda a que el esfuerzo sea muy agradable,
hacen que "MI MOMENTO", cada día se reafirme más, y hoy en día,
después de 11 semanas, conseguir que un sedentario con un peso de 137 kilos y
un IMC de 44,73, con las arrugas del sofá tatuadas en mis nalgas, se encuentre
en 115 kilos y un IMC de 37.6, poder correr, 20 minutos a un ritmo suave, pero
continuo, y con más de 400 km en mis zapatillas de running. Eso es una hazaña
conseguida en equipo.
Y
con este relato agradezco a mis entrenadores Fernando y Pol, su impagable ayuda
y dedicación.
Aún
no saben lo que están haciendo por mí.
DOY
COMIENZO A UN BLOG, EN EL QUE CONTARÉ TODAS MIS PARTICULARES
"HAZAÑAS" Y DARE FE, DE LOS KILOS QUE VOY PERDIENDO.